Historias de la Generación Dorada: a 15 años de la palomita de Manu Ginóbili

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Manu Ginóbili

El deporte argentino guarda entre sus tesoros más preciados dos jugadas inmortales. La primera es el gol de Diego Armando Maradona a Inglaterra en los cuartos de final del Mundial de México 1986. La segunda es la palomita de Manu Ginóbili a Serbia y Montenegro en el partido inaugural de los Juegos Olímpicos de Atenas 2004. Si el gol de Diego, dejando en el camino a tanto inglés, es la jugada de todos los tiempos del fútbol mundial, la palomita de Manu es su homónimo para el básquet. 

Una revancha

El sorteo del torneo masculino de básquet en los Juegos Olímpicos de 2004 determinó que Argentina debutaría frente a su verdugo. Dos años antes, en un desenlace polémico, el equipo de Rubén Magnano había caído frente a Yugoslavia en la final de Indianápolis 2002. La República Federal de Yugoslavia, convertida en Serbia y Montenegro desde el 4 de febrero de 2003, era el rival. 

Predrag Stojakovic -obligado a cumplir con el servicio miliar-, Vlade Divac y Marko Jaric no eran parte del plantel pero Serbia era un equipo joven liderado por Dejan Bodiroga, uno de los verdugos argentinos en Indianápolis y la máxima estrella de su delegación. 

"Teníamos más rabia y hambre que ellos. De nuestra parte había unas ganas impresionantes de tener revancha, les queríamos demostrar que les habían regalado la final", recordó Hugo Sconochini en el libro Dorados y Eternos. "Era una espina que teníamos clavada", agregó Rubén Magnano. 

Con los ojos enardecidos y el orgullo a flor de piel, se llevó por delante a Serbia y Montenegro en el primer cuarto. El parcial de 27-15 fue contundente, con 17 unidades de Manu Ginóbili. "Cada uno dejó todo en los primeros minutos", rememoró Gabriel Fernández en Dorados y Eternos. La rotación nacional funcionó a la perfección en el segundo parcial, periodo en el que defendieron con intensidad para mantener la ventaja e irse al vestuario con una diferencia de diez unidades (49-39). 

"Fue un partido muy bueno hasta el último cuarto, donde meten una terrible remontada y nos superan. Empezamos a dudar y Bodiroga mete un triple con el que pasan a ganarnos", recordó tiempo después Manu Ginóbili, el héroe en un cierre infartante: Serbia había remontado la desventaja y, a 28 segundos para el final, los europeos ganaban por tres puntos. 

Un doble inmortal 

"“Yo pude conciliar el sueño recién a las 5. No logré relajarme antes”. Acabo de ver la jugada final por Internet porque en la tele no la repitieron. Espero que mi viejo haya grabado el partido en Bahía Blanca.… Por suerte la pelota entró otra vez", confesó Ginóbili en la mañana siguiente al diario La Nación. 

Tres puntos abajo, Manu inventó la primera genialidad: un doble y falta para empatar el encuentro en 81 puntos.Con 15.4 segundos, repuso Serbia. Igor Rakocevic tomó la base, lideró el ataque y rompió con una penetración que terminó en un pase a Dejan Tomasevic. El pivote recibió la infracción de Fabricio Oberto y fue a la línea para sentenciar a la Argentina. Mediocre tirador, encestó su segundo libre y adelantó a los europeos por un punto a falta de 3.8 segundos.

"Cuando entra el segundo dije, 'la puta madre, la única que queda es buscar una solución'. No había forma de dibujar nada, no había minutos, no había nada", confesó Ginóbili. La pizarra de Rubén Magnano no iba a poder intervenir: si Argentina iba a ganar, tenía que ser a través de una genialidad encumbrada en el talento y la inspiración. 

Alejandro Montecchia recibió y empezó una escalada histórica. Sin una marca asfixiante sobre él, siguió avanzando hasta ver a Manu: "Le había sacado un metro y medio a Rakocevic. Vi que podía entrar el pase y lo tiré lo más fuerte y preciso que pude. Sentí que él iba a tener más chances que yo intentando desde mitad de cancha", reconstruyó Montecchia, el hombre que asistió a Ginóbili como el Negro Enrique a Maradona en el 86, en Dorados y Eternos. 

Ginóbili recibió y, con apenas décimas en el reloj, lanzó un milagro: "Pensé que iba a tirar Montecchia. Fue un tiro que salió de la galera, fue un milagro, tiré un zapatazo. Los dioses del básquet nos dieron una mano. Las chances eran pocas pero cuando vi que la pelota pegó en el tablero y entró, no lo podía creer"

 

"Yo no planifiqué nada, ellos encontraron el momento justo, estuvieron muy expertos", analizó Magnano. Después del doble y el triunfo llegó el desahogo de un equipo que, sin saberlo, empezaba su camino hacia la medalla de oro. La Generación Dorada, que todavía no era tal, había escrito un nuevo capítulo histórico que terminó con una montonera sobre Manu Ginóbili, el hombre ya convertido en leyenda. 

"Caí fundido, estaba destrozado", agregó Manu, autor de 27 puntos en 30 minutos. Uno tras otro, compañero tras compañero, se lanzaban sobre Ginóbili. "Casi me muero ahogado, pero fue un muy lindo momento"; profundizó el autor del doble. 

Mientras sus compañeros celebraban, Gabriel Fernández estaba preocupado por la decisión de los árbitros. Los fantasmas del pasado habían revivido y, tras el polémico desenlace de Indianápolis 2002, tenía dudas en torno a la decisión de los árbitros: ¿Manu había soltado la pelota a tiempo? Finalmente los árbitros convalidaron el doble, Argentina se quedó con el triunfo por 83-82 y Fernández se lanzó a una montonera que ya se había desarmado. En tanto, la electrizante corrida de Rubén Magnano, levantando las rodillas hasta su pecho, ya había quedado registrada para la posteridad. 

La Mano de Dios, la Manu de Dios, fue el primer capítulo de un torneo memorable. Tras una preparación plagada de dudas, Argentina se había sacado la espina de la derrota en Indianápolis. Pese a la derrota frente a España en la segunda fecha, hilvanó triunfos frente a China y Australia antes de una ajustada derrota en la última fecha. Ya clasificado a cuartos de final, eliminó al local Grecia en una recordada actuación de Walter Herrmann. En semifinales, volvió a frustrar al Dream Team de Estados Unidos y en la final venció a Italia para conquistar el oro olímpico. 

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