Kobe Bryant y Pau Gasol: Ébano y Marfil

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*Ebony and Ivory es una canción escrita por el europeo Paul McCartney y cantada a dúo con el norteamericano Stevie Wonder. Fue publicada en marzo de 1982 y se mantuvo siete semanas en la lista Billboard Hot 100. El 4º mayor éxito de aquel año.
 
Escrito el texto mientras se escucha de fondo la canción, cuya letra -con mucho trasfondo- dice: “ebony and ivory live together in perfect harmony”. Precisamente esa armonía que alcanzaron Kobe y Pau es de lo que trata este homenaje.
 

Madrugada del 3 de febrero de 2008. Pau Gasol llegaba a su habitación en el hotel Ritz Carlton de Washington. Eran unos días locos, los más excitantes de su carrera en la NBA.

Después de seis años y medio en Memphis, era traspasado a Los Angeles Lakers. Una ciudad y un equipo en situaciones opuestas a lo que vivió con los Grizzlies. Tendría de entrenador a Phil Jackson, ganador de seis títulos con los Bulls de Jordan y otros tres a inicios de siglo con los angelinos. Sería compañero de Lamar Odom o Derek Fisher. Sería un All-Star en Los Ángeles. Y, sobre todo, iba a ser compañero de Kobe Bryant.

Eran más de la una de la mañana. Pau acumulaba unos días tan emocionantes como fatigados. Hizo la ruta Memphis - Los Ángeles en cuanto el entonces GM de los Grizzlies, Chris Wallace, le comunicó el movimiento el primer día de febrero.

Llegaba a la ciudad dorada para el reconocimiento médico. Una vez estuvo listo y la revisión terminada, quiso montarse en el primer avión para unirse al resto del equipo en Washington. Entonces recibió la primera llamada de Kobe como su nuevo compañero, como su capitán. Le dijo que quería verlo nada más llegar a Washington. El rostro de Pau se iluminaba.

Ya en la habitación, tras un trayecto de unas cinco horas de avión, Pau estaba cansado. Sonó la puerta. ¿Quién podría ser a esas horas? El día había sido largo, tenía que reponerse. Necesitaba el descanso para aprender, para el proceso de adaptación.

Abrió la puerta. Era Kobe. “No hay tiempo que perder, hay que ganar un anillo”.

La oscuridad de la estrella

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La carrera de Bryant da para libros, charlas y conferencias. Sin duda en los próximos años tendremos más. Una leyenda que, por medio de la tragedia, alcanza el grado de mito.

Los 20 años de Kobe en los Lakers no fueron solo oro y brillo. También fueron malos años y experiencias negativas. Porque la identidad de Bryant fue siempre la de un villano. Despertaba el odio de los rivales, uno que se transformaría en respeto y admiración. Los gritos e insultos de las gradas del Garden y otros tantos estadios que destrozó.

Pero también fue oscuridad. El primer Kobe, ese del 8 y el afro, las volcadas y la transformación en mega estrella en los Playoffs de 2001. Ese Bryant rompería con Shaquille O'Neal para crear una de las mayores hipótesis del deporte. Qué nivel de dominio, de dinastía, hubiesen alcanzado de permanecer juntos.

Shaq siguió su camino y Bryant comenzó a forjar el suyo. Sus años más sombríos. Desataba un caudal ofensivo como pocos en la historia del baloncesto. Años de lucimiento personal y de un equipo limitado, corto para el momento de la verdad. Algo que, para un competidor como Kobe, heredero directo del insaciable Michael Jordan, suponía un veneno que recorría sus venas, desgastándolo temporada a temporada.

Las tempranas salidas en Playoffs, el caso de agresión sexual de 2003, los juicios posteriores en Colorado, la separación completa respecto a sus padres y sus peores temores personales. Cuenta Ramona Shelburne, periodista de ESPN, excelente narradora e incluso amiga de Kobe, una escena que supuso la caída de Bryant a sus más profundos infiernos.

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Con todo lo ocurrido, Vanessa Bryant lo echó del hogar y tiró sus cosas a la calle. Kobe se encontró ante la posibilidad de perder, no solo su carrera, sino también a su esposa y a sus hijas. Debía suponer un punto de inflexión. Si no, no habría más Kobe.

Así comenzó su proceso de cambio. Abrazó el villano que llevaba dentro para ser mejor. Sería un error esconder esa oscuridad del mito, porque forma parte de su figura. Esa transformación es parte de su legado.

El antídoto por necesidad

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Sin embargo, precisaba ganar. La situación con los Lakers alcanzaba puntos complicados y algunas voces tímidas arrancaban el debate sobre el sucesor de Michael Jordan alrededor de un joven LeBron James. El recuerdo de MJ era todavía fresco y Kobe se apagaba en unos Lakers desprovistos de oro.

Desde Las Finales perdidas en 2004 ante los Pistons, los angelinos se toparon con un año sin Playoffs y dos largos cursos con derrota en Primera Ronda. Demasiado para tener a Kobe en plantel. Excesivo incluso para un Bryant sediento de victorias.

Cerca estuvo de salir en 1999. Más todavía, 10 años después. El escolta llegó incluso a pedir el traspaso a los Lakers, fruto de las tensiones con la directiva, la falta de seriedad en el equipo y una situación que parecía insostenible. Kobe, el icono Laker, el único jugador junto a Dirk Nowitzki con más de 20 cursos en un mismo equipo, solicitó salir a otra franquicia.

Al igual que Dirk en sus inicios, Kobe tuvo momentos de duda. “Chicago era mi opción número uno”, confesaba a ESPN en “The Grantland Basketball Hour”. Si todos los héroes sangran y tienen sus horas bajas, más aún los villanos.

Llegó a su peor punto con los Lakers tras acabar con un traspaso que le enviaba a Detroit. Los Pistons se iban a hacer con el escolta a cambio de Rip Hamilton, Tayshaun Prince, Amir Johnson y una primera ronda. Bryant usó la cláusula anti-traspaso de su contrato para quedarse en Hollywood.

"Me di cuenta de que realmente no quería abandonar al Dr. Buss", contaba Bryant a Yahoo Sports años después.

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Aquel verano de 2007 supondría la esperanza con fichajes interesantes. El regreso de Derek Fisher o el joven Trevor Ariza. Sin embargo, la alegría sería algo temporal. El enemigo acérrimo despertaba. Un gigante dormido durante décadas rugía como no lo había hecho en mucho tiempo: en cuestión de cuatro días (28-31 de junio) los Celtics sumaban a Kevin Garnett y Ray Allen a su proyecto con Paul Pierce.

Garnett que cerca estuvo de recalar en California. Phil Jackson contó cómo el Dr. Buss cerró en un apretón de manos con Glenn Taylor, propietario de Minnesota, un traspaso de KG a los Lakers. Más tarde lo romperían en favor del paquete que ofrecía Boston.

Los Lakers debían responder. Por ellos mismos, para crear un antídoto para el monstruo verde y por la salud de Kobe. Así hicieron el traspaso de Gasol. Un movimiento que cambió por completo aquel equipo y las carreras de los protagonistas.

La madurez a raíz de Gasol

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La relación de una estrella con Kobe era objeto de estudio. Cuenta Phil Jackson en su libro “Once anillos” que la llegada de Pau liberó a todos. Permitió a Bryant ser un mejor líder, a Odom quitarse el hierro de tener que ser segunda espada y, respecto al propio pivote español, la creación de un combo interior-exterior de primer nivel.

Pau supuso el cambio que necesitaban los Lakers. Un equipo al que le faltaba disciplina y que cambió de forma radical con su traspaso. Los angelinos incluyeron a Kwame Brown y a Javaris Crittenton, “dos de los jugadores más rebeldes”, como describe Jackson, para traer a un Gasol cuyo “comportamiento amable modificó el clima emocional del equipo”.

“Durante años, mucha gente se ha preguntado sobre lo difícil que tenía que ser jugar con Kobe. En realidad, no lo era. Todo lo que tenías que hacer es entender de dónde venía, cómo era y lo mucho que deseaba ganar”, escribe Pau en el prólogo del libro de Bryant, The Mamba Mentality.

Esa fue la clave. A priori, Pau y Kobe eran dos tipos distintos. Uno, visceral y exigente, tachado de mal compañero y calificado por el propio Maestro Zen como “uncoachable”. El otro, europeo y de amable gesto.

Sin embargo, existían nexos. Pau era muy curioso, un tipo muy inteligente y culto. “Kobe buscaba más. Retaba a jugadores y entrenadores, quería saber de qué pasta estaban hechos”, sigue Pau en el prólogo.

El español ocupaba el rol de intelectual en el equipo. Un movimiento que trajo equilibrio y motivación a los Lakers. Pese a todo, fue una relación compleja y el mismo Bryant pensó en varias ocasiones que era demasiado duro con él.

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“Fichamos a Pau a mitad de la temporada de 2008 y conectamos de inmediato. Recuerdo que fui a la habitación de su hotel, cuando apenas acababa de instalarse, y hablamos y llegamos a conocernos. Podía sentir cómo se creaba el vínculo al instante, y perdura hasta hoy”, escribía Kobe en su libro.

Fue clave su amor por la cultura. Además de atletas profesionales de primer nivel, tanto Pau como Kobe eran dos enamorados de la lectura, los musicales, la ópera y el teatro. Es más, esa inteligencia fue fundamental para que ambos firmasen carreras de tan alta categoría. La otra llave, el idioma: compartían el español y eso les daba un código secreto. Una lengua propia en la que comunicar sus confidencias.

Esa misma madrugada del 3 de febrero de 2008 nació una conexión que va más allá de compartir los mismos colores en la línea de batalla. Una hermandad como pocas se han visto. Las hay más mediáticas y poderosas, pocas tan puras y efectivas. Un vinculo superior al básquet.

Pau sacó lo mejor de Kobe y Kobe lo mejor de Pau

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“La forma de jugar de Kobe también mejoró. Estaba encantado de tener en el equipo a un pivote ´con un par de manos´, como solía decir, y no tardaron en desarrollar una de las mejores combinaciones uno-dos de la liga”, escribe su entrenador.

Se obligaban a ser mejores. El complemento era el ideal, el uno para el otro. Solo faltaba darles tiempo, pero el proyecto de química inmediata entre ambos provocó un 26-8 de récord para los Lakers hasta el final de temporada regular y meterse en Las Finales.

Allí, enfrente, el gigante verde. Cuenta Kobe en su libro que, en Las Finales de 2008, el trash talking de Kevin Garnett y Kendrick Perkins hizo mella en Pau. Los dos equipos eran nuevos, pero Boston era más. Más carácter, más cocción. Borraron a los angelinos del mapa en el Juego 6 del Garden.

Esa durísima derrota sería el germen de los mejores últimos Lakers.

Tras el partido, cuenta Adrian Wojnarowski, Kobe estaba en un rincón oscuro del vestuario. Solo, herido. Fue el último en salir a rueda de prensa y Woj lo siguió. En ese pesado caminar se topó con Brian Scalabrine. El jugador de los Celtics, presa de la felicidad de la celebración, se dirigió a la Mamba en su habitual tono, aumentado por las bebidas espirituosas. Sin mirarle, Bryant respondió de manera sobria: “Felicitaciones, felicitaciones". Ni se inmutó.

Para Pau sería aún peor. Superado por los Celtics, un par de meses después caería en la final de los Juegos Olímpicos contra Estados Unidos, con su compañero Kobe al frente. La derrota era disimulada por la grandeza del rival, aunque la herida de esas dos finales era importante.

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Para recordárselo, Kobe dejó a Pau un regalo. Quiso motivarlo para sacar la parte más visceral, la más dura. En un ejercicio de puro bryantismo, colgó la medalla de oro que había ganado contra Gasol en la taquilla de su compañero.

“Una de mis historias favoritas, Pau odia cada vez que cuento esta historia. Lo odia. Perdimos ante los Celtics en 2008. Y fue una serie física, quiero decir, nos sacaron de quicio. Entonces llegamos a los Juegos, jugamos contra España en el partido por la medalla de oro y les ganamos. Así que regresamos para comenzar el training camp y, cuando Pau aparece el primer día, tengo mi medalla de oro colgada en su taquilla”, recordaba junto a Lewis Howes.

“Lo único que él [Pau Gasol] verdaderamente ama es su país. Y eso es como todo para él. Así que lo volvió loco. Dije 'Pau, escucha ...' y él dijo '¡Eres un ***!' Y le dije: 'Escucha, Pau, perdiste ante los Celtics, perdiste contra nosotros en el partido por la medalla de oro. No hagamos de esto tres seguidas, ¿de acuerdo? Vamos a ganar este año'. Y eso fue todo”.

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Los Lakers regresaron a Las Finales y ganaron contra Orlando. Volvieron al año siguiente y, en aquella ocasión, de nuevo estaban los Celtics delante. El juego tosco y las palabras no hicieron efecto en Pau. Es más, Gasol contestó.

Los dos años juntos hicieron de Pau un jugador duro y de Kobe un líder más sólido. Las fortalezas de cada uno sirvieron para tapar las carencias del otro. Se hicieron mejores, ganaron juntos y la ebullición máxima llegó en el Juego 7 de 2010 en el Staples. La mayor fiesta que Gasol y Bryant han disfrutado jamás.

El ocaso y llorar por lo perdido

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Sin saberlo aún, el final de su era llegaba. Odom continuó una temporada más hasta su traspaso. Fueron dos años de alcanzar y caer en Segunda Ronda. Hasta que llegaron las incorporaciones de Steve Nash y Dwight Howard. El segundo megaproyecto de Lakers con Kobe fracasó y así se rompió el equilibrio que trajo Pau.

Las lesiones, los cambios de entrenador y la falta de calidad del plantel anunciaban el fin de ese proyecto. Gasol vivía en rumores de traspaso, mientras Kobe veía el final de su carrera cada vez más cercano.

Aguantaron cuatro temporadas más, de desgaste colectivo y hermandad en su pareja. En su penúltimo curso juntos, Kobe vería comenzar la cuenta atrás para su final con la lesión en el Aquiles. Pau resistió hasta el final de su contrato, lideró la temporada sin Bryant y se marchó a Chicago.

“Pau Gasol era como un hermano para mí. A lo largo de mi carrera he compartido vestuario con docenas y docenas de jugadores. De entre todos ellos, puedo decir, sin lugar a dudas, que Pau ha sido mi compañero favorito”.

Estas palabras de Kobe en su libro son las más especiales. Agrega que fueron Phil Jackson y el propio Gasol los que le desafiaron a sacar lo mejor de sí. Nada le gustaba más a Bryant que un buen reto. Nada. Y, para él, uno de los mayores competidores de siempre, Pau supuso el principal.

Tras la tragedia del helicóptero, de Kobe, Gigi y el resto de los integrantes, es imposible sentirse bien. Esa sensación de vacío. De que algo está roto en el básquet y que jamás sanará.

Nosotros, destrozados. A miles de kilómetros y sin relación directa. Todo el planeta de luto. Imaginen ahora cómo debe estar Pau. Su compañero, su hermano. El hombre al que habría elegido para una y mil batallas, conversaciones y noches de ópera.

La vida nos brindó el disfrutar de estos dos tipos tan especiales juntos. De poder disfrutar de sus características comunes y sus puntos de discordia hacia una relación compleja, especial como pocas ha generado el deporte.

Lo que nos quitan es disfrutar de ellos dos juntos en la segunda vida, esa que tanto se han ganado. Fotos juntos de vacaciones, con sus mujeres e hijas, que hubiesen provocado la emoción de todos. Entrevistas en las que continuar rememorando tiempos gloriosos. Risas, libros y más buenos momentos.

Por mucho que se apellide Bryant, Pau Gasol ha perdido un hermano. El mundo llora de rabia y tristeza. La vida nos recuerda de la forma más cruel que, esos que para nosotros son dioses, sangran, sufren y sienten como nosotros.

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Pau Gasol ha perdido un hermano. Y no nos queda más que emocionarnos con los recuerdos del pasado. El dolor es demasiado reciente y cada uno tapará a su manera, porque si a nosotros nos hiere esta tragedia y nos hace replantearnos muchas cosas, Kobe deja una herida imposible de cerrar para todos aquellos que tocó. Y a Pau le dio de lleno.

Una referencia de la vieja escuela en un tiempo en el que las estrellas son amigos. Se entrenan y se ríen juntos. Quizás por eso toda la élite del deporte, fuese tenis, fútbol o cualquier otra disciplina, recibía su aprobación con la ilusión de un niño. Porque Kobe era diferente entre los dioses.

De entre todos, fue Pau el que más le ganó. Fue el pivote español el que sacó lo mejor de sus entrañas. Por eso, hoy y siempre, cuando lean estas líneas y se emocionen con el recuerdo de Kobe, recuerden todo. Lo brillante y lo oscuro. Su madurez. Su dureza. Su sonrisa. Su hermandad con Pau, el respeto mutuo que mostraban.

No estamos listos para dejarte ir, Kobe. Tardaremos en asimilar lo sucedido. Lameremos el dolor junto a tus recuerdos y a los de Gasol.

Y qué mejor cierre que una de tus citas favoritas, una que define tu hermandad con Pau: “different beast, same animal”.

Las opiniones aquí expresadas no reflejan necesariamente aquellas de la NBA o sus organizaciones.

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