Eligiendo al MVP de cada edición de los Juegos Olímpicos: primera parte, de Berlín 1936 a Moscú 1980

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MVP JJOO

A diferencia de lo que sucede en cualquier torneo FIBA o en la propia NBA, en los Juegos Olímpicos no hay premiaciones individuales. No se eligen quintetos ideales, ni mucho menos un MVP. Es por ese faltante que nos surgió la idea: si tuviéramos que repasar lo sucedido en cada una de las ediciones, en base a acuaciones individuales y colectivas de sus respectivos seleccionados ¿quiénes hubieran sido destacados como los más valiosos de cada año?

A continuación encontrarán nuestro propio repaso al respecto, en un artículo que separaremos en dos. En esta primera parte, las 10 ediciones inciales, yendo de Berlín 1936 a Moscú 1980.

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La primera participación del básquet en los Juegos Olímpicos fue en aquella nefasta edición de Berlín 1936 y a la hora de buscar a la máxima figura aparecen algunos factores a tener en cuenta: hay una serie de partidos que carecen de registro estadístico oficial, incluyendo un par del campeón Estados Unidos. Por otro lado, el haber jugado ese torneo al aire libre (sobre polvo de ladrillo) y sin reloj de tiro, hizo que veamos marcadores muy llamativos, al punto que los estadounidenses se consagraron con un 19-8 en la final ante Canadá.

Con eso en mente, el nombre elegido para comenzar el repaso es el de Joe Fortenberry, figura del ganador del oro. Hablamos de un pivote de 2,03 metros, a quien le atribuyen el hecho de haber sido uno de los primeros jugadores en volcar un balón. En Berlín brilló con 21 puntos en el cruce ante Filipinas (tercera máxima individual del certamen), mientras que con 8 puntos fue el máximo anotador de la final ante Canadá. Va el reconocimiento para el texano.

12 años más tarde apareció la segunda experiencia olímpica para el básquet, ahora en Londrés 1948 y nuevamente con Estados Unidos como campeón. ¿La figura del certamen? Alex Groza: máximo anotador del torneo (11,1 puntos) y de la final (11 puntos ante Francia).

La historia de Groza, pivote de 2,01 metros, es una bastante particular. Durante aquel 1948 brillaba en la Universidad de Kentucky, algo que lo llevó a ser elegido con el segundo pick del Draft NBA de 1949. Su llegada a dicha liga fue espectacular, promediando 23,4 puntos como novato y 21,7 puntos y 10,7 rebotes en su segundo año. Sin embargo, ya no volvería a jugar en la NBA. ¿El motivo? Lo encontraron culpable de arreglar partidos durante sus años NCAA. Una súperestrella olvidada por sus propios errores.

Pasamos a Helsinki 1952, donde si bien Estados Unidos consiguió su tercer oro al hilo, con Clyde Lovellette (futuro Salón de la Fama, brillando en Lakers, Royals y Hawks) como máxima figura, destacaremos por encima suyo a una leyenda del básquet internacional: el georgiano Otar Korkia, nombrado en su momento como uno de los mejores 50 jugadores FIBA de todos los tiempos y líder de una Unión Soviética que se quedó con la medalla de plata.

Lo de Korkia, un pivote de solo 1,95 de estatura, fue sensacional: lideró el certamen con 17,2 puntos de media, fue el máximo anotador de la final con 8 puntos y tuvo cuatro partidos diferentes por encima de los 20 tantos. Le anotó 21 a Uruguay, 25 a México, 25 al local Finlandia y 38 a Chile, con un tremendo 18-19 en tiros libres. De hecho, esos 18 libres encestados por el georgiano se mantienen hasta hoy como el tope olímpico en un partido, igualado con los 18 (sobre 22) que sumó Toni Kukoc en 1996 ante Lituania.

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Los oros de Estados Unidos siguieron cuatro años después en Melbourne 1956, en un equipo liderado por nada menos que Bill Russell (14,1 puntos). Podríamos mencionar a la futura leyenda de los Celtics como el gran nombre de esa competencia, pero también es interesante hacer justicia con el uruguayo Oscar Moglia, seguramente el mejor exponente de dicho país en la historia.

Para empezar, Moglia (con apenas 21 años) fue el máximo anotador de esos Juegos con 26 puntos de media: le anotó 32 a Corea del Sur, 31 a Chile y 28 a Bulgaria, entre otras actuaciones destacadas. Pero no solo, sino que además guió a Uruguay a una histórica medalla de bronce, anotándole 25 puntos a Francia en el partido por el tercer puesto. Leyenda absoluta.

En la era previa a la utilización de los NBA (comenzó en 1992), uno de los mejores planteles que pudo armar Estados Unidos fue el de Roma 1960, con nombres del calibre de Oscar Robertson, Jerry West, Walt Bellamy y nuestro destacado, Jerry Lucas. Podríamos haber ido con Robertson (17 puntos de media), pero lo de Lucas a la hora de la verdad fue dominante: 26 puntos en las semis ante Italia y 21 en la final ante Brasil, mientras que el Big O y West promediaron 18 y 13 en esos dos encuentros, respectivamente. 

Lucas, apodado Doctor Memoria por su inteligencia y memoria, es otro futuro Salón de la Fama que se mete en nuestro repaso. ¿Sus mejores años? En los Royals, jugando justamente con el propio Robertson.

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Tokio 1964 le dio a Estados Unidos su sexta medalla dorada en seis presentaciones y a diferencia de ediciones anteriores, esta vez se hace más complicado elegir a la gran figura. El gigante peruano Ricardo Duarte fue el máximo anotador 23,6 puntos de media, pero su seleccionado terminó con marca de 3-6. El brasileño Wlamir Marques llevó a los suyos al bronce, pero tuvo malos partidos en los cruces más exigentes (2 puntos ante USA y 9 ante la URSS). Mientras que entre los finalistas estadounidenses y soviéticos, nadie pasó de los 12 tantos de media.

¿Con quién vamos entonces? Con otro futuro pivote NBA como Luke Jackson, quien no solo estuvo entre los máximos anotadores de su equipo (10 puntos de media), sino que además fue la gran figura de la final, guiando a los suyos con 17 puntos para la victoria por 73-59. Una edición algo apagada en cuanto a grandes nombres.

México 1968 dejó a Estados Unidos con su séptima medalla y esta vez sí tuvimos una figura clara e indiscutible: Spencer Haywood, manteniendo la tendencia de los interiores como nombres más destacados. Haywood promedió 16,3 puntos y lanzó un impresionante 68% de campo, incluyendo una actuación dominante en la final: 21 puntos y 10-14 de campo ante Yugoslavia.

Entre los 310 jugadores de la historia que acumulan la misma cantidad de lanzamientos que Haywood (79) o más durante su carrera olímpico, ese 68% de acierto es la segunda marca más elevada de la historia, solo por detrás del 74% de Charles Barkley. Pequeña mención para otro latinoamericano que terminó como el máximo anotador de esos Juegos: el panameño Davis Peralta con 23,8 tantos de media.

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La racha de oros de Estados Unidos terminó en Munich 1972, cayendo en una recordada y polémica final ante la Unión Soviética por 51-50, en lo que fue su primera caída en 64 partidos. ¿El héroe de ese final? Alexander Sasha Belov, interior que anotó el agónico doble de la victoria para garantizarle el oro a su seleccionado.

Más allá de ese lanzamiento, todo el torneo de Belov fue espectacular, liderando a la URSS con 14,4 puntos de media, incluyendo una explosión de 37 puntos ante Puerto Rico en la Fase de Grupos. Podríamos haber ido con otra leyenda FIBA como Sergei Belov (sin relación entre ellos), segundo goleador de los soviéticos (14 puntos) y máximo anotador de la final (20), pero el lanzamiento final de Sasha termina de inclinar la balanza en su favor.

La recuperación de Estados Unidos llegó inmediatamente en Montreal 1976, venciendo en la final a Yugoslavia por 95-74. Esa definición puso frente a frente a los dos mejores del torneo. Para los yugoslavos, el bosnio Drazen Dalipagic (17,8 de media y 27 ante USA) y por el lado ganador, a quien destacamos como el MVP: Adrian Dantley.

Todo el torneo de Dantley fue excelente, liderando a Estados Unidos con 19,3 puntos, además de 5,7 rebotes. Pero su actuación en la pelea por el oro terminó con cualquier discusión: 30 puntos con un espectacular 13-19 de cancha. Imparable. Después de todo, hablamos de un jugador que hasta hoy se mantiene en el Top 30 de más puntos anotados en la NBA.

Cerramos el repaso con Moscú 1980, unos Juegos a los que recordemos Estados Unidos no se presentó. El oro, sin embargo, no quedó para el dueño de casa (los soviéticos fueron bronce) sino para Yugoslavia, que barrió a la competencia con un perfecto 8-0, superando en la final a Italia por 86-77. Y aunque podríamos habernos quedado con el serbio Dragan Kicanovic (23,6 puntos de media, goleador de la final con 22), esta vez sí le llega el turno a Drazen Dalipagic.

El bosnio lideró a los yugoslavos con 24,4 puntos de media, siendo el cuarto máximo anotador del certamen. Pero además lo hizo con un espectacular 66% de campo, mientras que fue otra de las grandes figuras de la final con 18 puntos y un 9-15 de campo.

Como Dantley, Dalipagic era un alero anotador, demostrando como el juego empezaba a cambiar y ya no eran solamente los interiores quienes emergían como las figuras más dominantes. Claro que dicha situación encontraría un nuevo exponente en Los Angeles 1984, de la mano de un joven jugador de los North Carolina Tar Heels... pero esa historia quedará para la segunda parte de nuestro artículo.

Las opiniones aquí expresadas no reflejan necesariamente aquellas de la NBA o sus organizaciones.

Autor/es
Juan Estevez Photo

Juan es productor de contenido en las ediciones en español de The Sporting News.